No podía creer que justo el último día de clases olvidara mi celular en el salón. Camino de vuelta al colegio, pensaba que el lugar parecería un sitio completamente abandonado, y por ende, olvidado en las arenas del tiempo. Es indescriptible la angustia que sentí de camino, a pesar de contar con la compañía de Julio, mi mejor amigo. Sin embargo, esa angustia jamás se compararía a la angustia que sentiría al entrar al colegio, inhóspito y aterrador al estar, según lo que pensábamos, completamente vacío.
Al llegar al recinto, todas las puertas principales se encontraban cerradas. Nos dirigimos a otra calle, y nos dimos cuenta de que una de las puertas traseras estaba abierta. Era la puerta por la que los conserjes solían sacar la basura, y convenientemente se encontraba muy cerca del salón donde había olvidado mi celular.
- Te espero aquí afuera, ¿bien? - dijo Julio luego de que yo abriera la puerta.
- Acompáñame, no seas miedoso - respondí, con un tono burlón, pensando en provocarlo para que me acompañara.
Entrando nos dimos cuenta de la oscuridad que reinaba en el lugar. Era un ambiente muy opresivo y desagradable, por lo que nos dirigimos a los interruptores de luz. Encendimos las luces y el espectáculo fue totalmente diferente. Nuevamente estábamos observando el colegio que acostumbrábamos ver todos los días.
Tranquilamente nos dirigimos al salón donde tuvimos la evaluación final de matemáticas, el curso en el que mejores calificaciones solía obtener. Hace tan solo unas horas, el salón rebosaba de adolescentes eufóricos, con todas las ganas del mundo de celebrar la conclusión de otro ciclo de clases particulares. El contraste fue brutal, ya que en aquél momento sólo encontramos a uno de los conserjes del colegio, sentado en una esquina, volteado hacia la pared.
El conserje no era muy alto, pero nos superaba por una media cabeza a mí y por una cabeza a Julio. Tenía una cicatriz profunda en su cara, cubierta de acné. Era delgado hasta los huesos, y tenía una barba larga y descuidada. En pocas palabras, su aspecto era muy amenazante en el contexto en el que nos encontrábamos mi amigo y yo.
Me dirigí hacia él, y entre más me acercaba, más notaba un profundo hedor que provenía del lugar en el que se encontraba. Decidí no seguir acercándome, y le dije amablemente:
- ¡Qué tal, buenas tardes! Lamento la interrupción, soy un estudiante de este colegio, mi código es C1516. Le comento que dejé olvidado mi celular en este salón hace unas horas, ¿No lo ha visto?
El conserje se volteó, limpió bruscamente su boca y señaló el escritorio del profesor. - Debe estar por allá - dijo con un tono rudo.
Julio y yo nos dirigimos al escritorio, intentando permanecer lo más cerca del conserje que pudimos. Al llegar, notamos que no había nada más que papelería en el escritorio y los alrededores.
- Perdón, me parece que no está... - alcancé a decir, cuando Julio soltó un grito que me aceleró el corazón a mil por hora.
Julio procedió a señalar al conserje, y pude notar un espectáculo horripilante. Tenía la boca cubierta de sangre, y se encontraba comiendo un brazo humano. En una de sus manos tenía una blusa que pertenecía al uniforme del colegio, con la que se había limpiado la boca hace un momento. En ese momento Julio soltó a correr, y yo me quedé completamente paralizado.
El conserje se dirigió rápidamente hacia mí, y pude reaccionar por décimas de segundo para echar a correr detrás de mi amigo. Fuimos muy rápidamente hacia la salida por la que habíamos entrado al colegio, pero al llegar la misma se encontraba cerrada. Sentí que la sangre no me llegaba al cerebro, y creí que estaría a punto de desmayarme por los nervios.
Nos escondimos en un salón que se hallaba cerca de la salida, y esperamos, intranquilos, el próximo movimiento que efectuaría el conserje.
Luego de veinte segundos que se sintieron como horas, vimos al conserje abalanzarse sobre la puerta del salón en el que Julio y yo nos hallábamos escondidos. Nos ocultamos lo mejor que pudimos y esperamos, sin remedio, a que el conserje entrara al lugar.
Julio se pegó a mi oído y me dijo:
- Tengo un plan, es muy simple. Voy a intentar distraerlo todo lo que pueda, y tu corre a buscar tu celular. Luego llama a la policía, ¿Ok?
Asentí sin pensarlo dos veces.
Un par de segundos después, en conserje entró al salón. En cuestión de segundos, Julio, valientemente, se abalanzó sobre el conserje y lo tomó por las piernas. Eso me dio tiempo suficiente para pasar tras él y correr hacia el salón donde supuestamente se encontraba mi celular.
Al llegar, revisé todos los escritorios muy rápidamente, pero con la precisión de un detective. En retrospectiva, jamás había hecho un trabajo de forma tan eficiente. En uno de los escritorios logré hallar mi celular, y de inmediato llamé a la policía y reporté lo que ocurría.
Por un segundo pensé en quedarme en el lugar, pero me armé de valor y me dirigí a donde Julio se hallaba forcejeando con el conserje. Al verlos en medio del salón, no lo pensé dos veces. Tomé una silla cercana y la reventé contra la cabeza del conserje. Cayó desmayado.
La policía llegó en un par de minutos. Julio tenía moretones en los brazos y yo tenía las manos hinchadas. Nos llevaron a casa, y el conserje fue llevado a la comisaría más cercana.
Dos días después, nos enteramos de que el conserje fue acusado de asesinato. El conserje tenía muchos cargos en su contra, ya que descubrimos que comía carne humana. Era un caníbal. El brazo que comía pertenecía a una chica de séptimo grado.
Aún no puedo creer la suerte que Julio y yo tuvimos para poder haber escapado con vida de ese lugar. El año siguiente, Julio cambió de colegio, y yo me quedé. No soporté otro año más en el lugar, ya que cada vez que entraba recordaba los hechos, por lo que al finalizar el año siguiente, yo también cambié de colegio. Decidí nunca más volver a entrar al lugar.